Los cerebros mutan, niegan y aceptan. Se mueven, contraen, trasladan; ríen, se entristecen, se sobrecargan, relajan y desconcentran. Son el yo y el súper yo; el conciente y el inconciente también (ideas y sueños). Mas no lo son todo. Nosotros somos también el pedazo de carne siamés del intelectual que nuestro cráneo protege. Este siente, se estremece y enferma, el viento, la piel de gallina, el agua; los otros. Y así, de a dos (juntos), mente y cuerpo se encaminan en una bella historia, un amorío tal vez, del cual uno es hijo. Yo soy hijo de padres separados y he aquí las crónicas de una separación espantosa y la historia de un cuerpo que, despechado, dio plena libertad de acción a su deshabitada cavidad ósea.
20 abr 2009
Anatomía IV
Jamás se escuchara el ruido. Ni dios, ni la plebe. Nadie. Me rompo en mi hermetisismo y, de buena gana, deje mis orejas fuera. Para no enterarme. Mal intento, soy transparente y en silencio observo el espectáculo que dan mis cristales. Parece que bailan, pero chocan. Estallan. Y su fragmento se hará fragmentos; y estos últimos, pedazos de fracción irrazonable. ¡Crash! su tamaño expandiéndose en decimales para la eternidad.
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